La literatura made in el Norte, como todas las literaturas, tiene sus avatares, recovecos, bajos fondos y jiribillas. Pero antes de echar a andar el asador, recordemos que en lo correspondiente a la confección de botas y sombreros, eso que llamamos, con fines dietéticos, literatura norteña, es un ente de declarada especie pero inidentificable. Es decir, está ahí, podemos teorizar acerca de él, podemos escribir regidos bajo su influencia, pero nadie puede explicar claramente el fenómeno de lo norteño. Una pregunta, ¿Par de reyes de Ricardo Garibay es una novela norteña? Por supuesto. Lo que no es, aunque le cueste fingirlo, es un texto escrito en el norte.
Como toda buena película de vaqueros, lo norteño tiene sus héroes, sus villanos, sus soundtracks y hasta sus vaqueritas. Frente a eso, como de cara a un sol rapsoda, surge una nueva generación. Lo que a estas alturas del partido y con el marcador a favor podemos neoclasificar como Neo-Boom. Considero que más allá o más acá de las trifulcas, los encontronazos o los levantotes que nos legó la literatura norteña, la enseñanza más importante que debemos atender es la fecha de caducidad. Rescatar lo peligroso que es la etiqueta. Puesto que todo movimiento morirá algún día. Alguien podrá balbucir que las etiquetas no son elegidas por los autores. En efecto, por eso hay que rehuirle al sentido de reapropiación. Con todo esto quiero decir que la misión preponderante de los autores norteños nacidos en los 70’s es darle un carpetazo definitivo, aunque salpique, a lo que conocemos como literatura norteña.
No es mi intención que generaciones emergentes e insurgentes no escriban sobre el narco o la border. Sería darle en la madre a las editoriales. El planteamiento que debe proyectar el neoboom es crear movimientos o adherirse a causas que estén lo más alejadas posibles de la literatura norteña. Escribir desde lo norteño significa escribir para un público específico, para un periodo de tiempo especifico, para satisfacer ciertos gustos, circenses, paradisíacos o profundos. No así escribir desde el norte. Además de que esa autosuficiencia decimoniaca de chicharronería, ese estilo rancho grande de “del norte para el mundo” comienza a no ser tan pintoresco, empieza a perder el rubor que le imprimieron los arqueólogos de lo güerco, los primeros escritores que experimentaron con el lenguaje, el paisaje y la idiosincrasia norteña sin dobles fondos, por el regusto de los polleros y el narcocorrido, no por aparecer en Bandamax.
Entonces surge lo posnorteño, como una respuesta a lo norteño y como una consecuencia histórico-filosófica. Recuerden que de La condición humana de Balzac se desprende la condición posmoderna de Lyotard y de ahí se desprende la condición posnorteña. Para ejemplificarlo mejor: de Nietzche se desprende Heidegger y de ahí se desprenden Piporro y el Chis Chas, y de ahí se desprende El Viejo Paulino y de la conciencia de ellos tres nace Jean Baudrillard. En resumidas y resumideras cuentas, este texto pretende tratar con suavizante para telas el neo fenómeno codiciado como neoboom dentro de lo neoposnorteño. Pero como si de por si no fuera una empresa tremenda, empresa en quiebra tratar de englobar el fenómeno norteño que es amplio en negociaciones, triparticiones y emociones baratas, analizar en un costoso taburete al generación que les precede es casi imposible debido a que no existen registros preponderantes, estupefacientes y reglamentarios para estudiosear de manera uniforme y seria el desencadenamiento surguetivo de los nuevos escritores de norte. Esa ambición tiene proporciones premonitorias de antología, para efecto de carnes asadas, tertulias de rapé o engordamientos de caldo. Y como ahora las antologías son antologables, de 100 antologías podríamos hacer una medianamente decente, me limitaré a hablar de un solo autor que dentro del neoboom representa para mí, de manera evidente un rumbo a seguir dentro de los parámetros que demarcará la literatura que se hace en el norte.
Como un complemento, como la media naranja a la que aludía Fey, a la narrativa imperante en el norte de México, surge la postura popcrática de Óscar David López (Monterrey, 1982) que se erigirá como un autor señero y señora de la canción ranchera en la proyección de las letras mexicanas. La fantasmagoría pop es constante en adeptos como los teibols y bares gays de la capital de la música norteña. Esa misma popología es la que nutre Nostalgia del lodo, la novela con la que ganó el Premio de la Joven literatura latinoamericana. Las criaturas de Óscar son pop. Son tan fashion que resultan nasty. La Nostalgia del lodo podemos traducirla como la nostalgia por la podredumbre. Pero aunque están hasta el cuello de suciedad sus personajes no van y se arrojan de bruces en un baño atascado de mierda. Y es este uno de los rasgos más rescatables del autor, que no aspira a la indefinición de la generación X, no importa que el mundo se caiga a pedazos, instintivamente desconfía de las personajes que no tienen nada que perder, sus criaturas pop son glamourosamente terrenales que atenazan su secularidad como rasgo único de identidad última.
La historia de Nostalgia del lodo es sencilla. No simple. Y he aquí otro de los aciertos de Óscar David. Durante los últimos tiempos, los experimentos en los que se basa la literatura norteña son hacerse participe de una escritura cada vez más enmarañada, cada vez más atípica y estrafalaria. Y aunque esto le da cierto grado de identificación, pareciera que en ella ya no hay espacio para las historias sin complicaciones. Ahora todo tiene que ver con conjuras internacionales, con escenarios impensables y con pirotecnias extravagantes. Por tal razón, Óscar David es un escritor que se para de manera firme frente a lo norteño y lo resuelve de manera inteligente. Su respuesta es un sano y siempre efectivo regreso por el modelo dramático. Nunca una buna historia, como Nostalgia del lodo, va a parecernos intrascendente. Porque a pesar de los Kentucky y los McDonalds aún confiamos en las certezas de nuestras emociones. Nunca el periplo de una educación sentimental como el que atraviesan los personajes de Óscar David nos van a resultar indiferente. Es el proceso sufriente y fulminante por el que atraviesan dos criaturas de las luchas de lodo en bikini, Vitoria y Betsy, para recuperar, entre tanta parafernalia postcontracultural, su humanidad. Con esto Óscar David como una nueva y maléfica Dorothy choca entre si sus zapatos para demostrarnos que no sólo existe el camino amarillo. Frente a esa antiestética de los escenarios imposibles, el irrumpe con una estética que indica que no importa que tan malabaresca sea una trama, como un corrido del eterno retorno, lo que importa a una historia es que al final de ella haya una transformación emocional de sus personajes, quedarnos con la sensación de que algo sucede, algo seduce. Una especie de licantropía pop que desestima a los textos que se apegan a la institucional inacción del “sí, el mundo se cae a pedazos, pero me vale madres”, Óscar ignora eso y se mete en los problemas de un verdadero escritor, en aventarse la granidísima bronca de plantearse un conflicto y resolverlo.
Tal vez alguno piense que defino la narrativa del autor de una manera chauvinista, que esto sólo es un rasgo más del provincialismo aún imperante entre los habitantes de los interiores, pero me vale madre. Eso lo pueden discutir con la señora que sale a las 8:00 de la noche a vender tamalitos en la esquina. Es probable que aún no dimensionemos la importancia que cifra en el ámbito una novela como Nostalgia del lodo. Aún no somos enteramente concientes de lo fundamental que es Óscar David para las letras nacionales. Ora sí que como dicen los jotos, ay tú. Sólo el tiempo podrá confirmarlo. Pero desde ya es un triunfo que Óscar David sea un antagonista de su entorno y lo dinamite con una predilección por las historias sustentadas en una estructura. Y es que toda escritura supone una moral. Porque aceptemos que hacer literatura en el Norte cada vez es más fácil pero también más difícil. Sólo basta seguir la receta al pie de la letra para conformar ese cóctel colorido y remoto que es sobretodo la literatura norteña confeccionada por jóvenes. Ingredientes: palabras como punk, McDonalds, flyer, cool y fantasy. Después licué todo en un vaso Osterizer a primera velocidad teniendo como resultado la siguiente frase: ‘Encontré a la chica punky afuera de un McDonals, mi pose cool no bastó para llamar su atención mientras los flyers revoloteaban a nuestro alrededor. Ella es mi fantasy’. Y prosiga con la historia. Hacer eso no tiene nada de negativo, lo grave es que nunca sucede nada. No hay un desenlace que implique trabajo. La mayor parte de la literatura que leo en blogs es apática y desinteresada.
El gran reto del escritor joven del norte es confiscar lo mayor posible a la generación que nos antecede y crear una literatura que se base en nuestros propios fetichismos y no en aquellos heredados de la generación x ni de la literatura norteña. Siendo más claros, nuestro objetivo será, no crear literatura norteña, no crear literatura gay, crear simplemente literatura. Una literatura que resista el paso del tiempo.