2006-08-09

EN TORNO A NOSTALGIA DEL LODO, por Victor Barrera Enderle

Nostalgia del lodo es, ante todo, una novela, o mejor: un relato heterodoxo pero a la vez estrechamente ligado con los elementos más característicos de este genero discursivo (hago un alcance: concibo al relato literario como narración propia, desde luego, pero también como vínculo insuperable entre el cuento y la novela, con la economía verbal del primero y el desarrollo narrativo del segundo). La disidencia es aquí una forma de pertenencia. Es a un tiempo una obra de inicio y de consumación. De inicio porque su aparición nos anuncia a un autor prometedor; de consumación porque Nostalgia del lodo confirma una escritura trabajada, un largo diálogo con el género. Y no hay mejor manera de concretar una opera prima que la de poner todas las cartas sobre la mesa, incluso bajo el riesgo de perder la partida. Oscar David López se arriesga, coquetea con los lugares comunes, se acerca al melodrama y no teme recurrir a los recursos expresivos de la llamada sub-literatura, como la fotonovela o los libretos pornográficos. Desciende, en una palabra, a la vorágine del consumo masivo y desenfrenado de la industria del sexo, donde Eros parece vencido por el principio de utilidad, y desde allí ensaya su escritura. De hecho, el punto de hablada bien podría ser la cámara indiscreta de un pornógrafo obsesivo y febril. El ojo oculto tras la cerradura que corre el peligro de quedarse solamente en la erotización de la escritura, en el morbo de la descripción de un instante. Pero la narración va más allá y al final se convierte en una visión especular, en una doble lectura.

Por medio de la exhibición se sugiere la ausencia, el vacío. La imposibilidad del amor en el reino de la inmediatez sexual. Historia condenada de antemano y fraguada en ese intento por salvar la comunicación y alcanzar la trascendencia. Es en este punto donde radica la fuerza del relato. A Victoria y Mario, los personajes que podríamos denominar como centrales, los une y separa a la vez su propia condición contradictoria: intentan construirse como individuos a través de la eliminación o de la separación de lo corpóreo. El yo contra el cuerpo que lo contiene. El yo que somete al cuerpo para poder ser. La psique versus el soma. La prostitución, dejando de lado cualquier apreciación moralista e inútil, es la conversión mercantilista del cuerpo en producto; pero no sólo eso: también es la re-configuración de individuo a través del comercio, del sometimiento de los de los sentidos, salvo uno, el de la comunicación: al final la prostitución es también un diálogo condicionado y como tal posee sus propios códigos y su simbología.

La imposibilidad es la condición –o la maldición- humana casi por antonomasia. No es casualidad que el epígrafe de Nostalgia del lodo sea un fragmento de “El llamado del deseoso”, de Lezama Lima. El deseoso es aquel que huye para volver irremediablemente y fracasar en el intento; es el que busca sin encontrar; el incapaz de dar con el significado final, con la ausencia del origen. Traducido al relato, podríamos aventurar una fórmula: imposibilidad del deseoso, igual al impulso de la narración. Porque la escritura literaria es básicamente deseo, voluntad y, al final, trasgresión.

El regreso de Victoria a Monterrey, ese espacio “clausurado” para ella por su connotación actual, no es sólo la vuelta al pasado, sino un cuestionamiento del mismo para terminar transformándolo en otra cosa, en un sueño borroso y cada vez más lejano. Es, en muchos sentidos, el rompimiento definitivo con la identidad primera. Por eso, más que retorno, yo hablaría de enfrentamiento, de confrontación y, también, de aceptación de la pérdida, pero de una pérdida múltiple, donde ella misma está incluida. De allí su regreso clandestino, secreto. Victoria evita el encuentro con su madre porque teme reconocerse en ella en cuanto amante desesperanzada y abandonada. Y viene ahora a sepultar al hijo, al amigo, al amante imposible, a sí misma. Es el entierro de la misma semilla que ella y Mario compartían.

Y, como sucede con frecuencia en el género, el regreso desencadena la narración: “Al abrir un cajón: abre su pasado”, dice el narrador y prosigue, nos cuenta que allí, Victoria “Encuentra una foto de Mario. Ambos muestran sus credenciales de mayoría de edad. Sonríen.” (83) La suya es una historia paralela: he aquí la unión y la imposibilidad. Ambos anhelan la libertad, pero los sacrificios que ésta precisa serán distintos para cada uno. Mario y Victoria eran vecinos y cómplices; compartían el mismo origen y el mismo deseo de huir para borrarlo. Dos deseosos en potencia. Victoria escapó al ingresar al mercado de la pornografía, Mario al cambiarse de sexo y sucumbir ante la relación con Elmer, el traficante y amante colombiano. Ella ingresa a la “esclavitud” del mercado; él a la dominación casera, a una perversa relación conyugal.

La relación de Victoria con Mario va del amor sugerido e inalcanzable (dos líneas paralelas jamás pueden cruzarse) a la identificación, a la resignación: vínculo supremo de amistad. “Nadie como tú para que sea mi espejo, le decía a Victoria mientras se pasaban el rastrillo” (92). El amor por Mario se resigna y se consuma en la confidencia y en la comunicación (un lujo prohibido en el mundo exhibicionista de la “ciudad porno”, el espacio que habita en la actualidad Victoria). Comparten un mismo destino: el escape. La diferencia es, sin embargo, significativa: Victoria huye para liberarse de todo el pasado (incluido el propio Mario); Mario escapa para regresar como Betsy. Ella huye del entorno, él de su propio cuerpo. En la primera hay evasión, en el segundo, conversión. Por eso el destino de Mario/Betsy es la consecuencia, a pesar de la tragedia que ésta conlleva; mientras que el de Victoria es la confrontación y tal vez al final la redención. Incluso podríamos denominar al periplo narrativo no como un viaje o un simple retorno, sino como una caída, como un descenso desgarrador.

Oscar David López nos entrega así la crónica de una escritura, el relato de otro relato y la posibilidad de transmitirlo. Es el desmantelamiento de la imagen a través de la palabra en un mundo donde el libro parece ya lejana fantasía de la infancia remota. La apuesta final por la literatura. Nostalgia del lodo es, así, un retorno a la tierra, a la letra. El lodo representa a un tiempo la adyección y la purificación. La caída y el ascenso. El recuerdo del pasado común y la más nítida señal de pertenencia en un mundo donde sólo cuenta el anonimato de la multitud y los rostros registrados efímeramente en las pantallas electrónicas.

El cuerpo de Mario es el palimpsesto de esta historia común y compartida, su transformación esconde e invierte el vínculo más fuerte de Victoria, pero no lo borra: “Victoria nunca dejó de llamarle Mario, claro, secretamente. Aún bajo el maquillaje y los vestidos seguía siendo el chico que bajo la palmera de su casa jugaba al gigolo.” (92) Hermandad forzada por la cirugía y el credo en un futuro prometedor para las dos. La unión del lodo que purifica sus rostros, el ritual compartido.

Lo que sigue es la degradación, la desintegración del vínculo. La parte más intensa del texto. Dos trayectorias no ya paralelas sino opuestas: una hacia la “fama” entre comillas y la otra hacia la muerte. En este punto el relato cobra dimensiones melodramáticas y, hasta cierto punto, previsibles, pero lo interesante y trascendente aquí es el tratamiento que evita el regodeo en una situación reconocible de antemano y se concentra en la fractura existencial de Victoria, en su propia toma de conciencia: rasgo inequívoco de madurez narrativa. Es la última confrontación, no ya con Mario o Betsy, sino con Elmer, el sujeto que ejerce una violenta manipulación a su amigo. El tema de la libertad, como he sugerido, subyace a lo largo de todo el trayecto y tanto Mario como Victoria se esfuerzan por salvar los obstáculos que se cruzan en sus respectivos caminos para conseguirla. La libertad implica desde luego su contrario, la existencia de un universo cerrado y hermético, pero también el riesgo de confundirla con el éxito efímero de una industria como la pornografía. Así, la búsqueda va más allá del simple escape y se enfoca en el inevitable cuestionamiento de la propia esencia. El choque final con Elmer es, en realidad, un saldo de cuentas con ella misma, con la que fue y con la que será a partir de ahora.

Y tras el descenso y purificación lo que queda es la nostalgia. Nostalgia no de un pasado mejor, sino de un origen compartido. Origen que se volverá secreto y, al mismo tiempo, motor para seguir, para sobrevivir en un mundo desmemoriado, que sólo reconoce cuerpos y fórmulas para la excitación instantánea.

La nostalgia del lodo es la evocación de un ritual de liberación, y a un tiempo la certeza de su clausura. Tal vez la liberación final de Victoria sea su futura condena, no lo sabemos y ni siquiera importa mucho (eso pertenece a otra narración). Lo trascendente es lo que permanece y en esta ocasión nos quedamos con un relato muy bien logrado y con la confirmación de un autor que nos acompañará por largo rato. El riesgo total fue generosamente recompensado. Oscar David López apostó todo y al final ganó con creces. Enhorabuena.
Por Victor Barrera Enderle

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